EL OLVIDO DEL AGUA

Juan Carlos Méndez Guédez



Segundo viaje a la ciudad en varios años. Segunda ocasión en la que al beber un poco de agua enfermo del estómago. Veo pasar un par de días entre las paredes del cuarto: derrumbado, oscilando entre la vigilia y un sueño espeso, lleno de breves pesadillas. Luego salgo al pasillo a caminar. Intuyo lejanamente la alegría de los verdaderos enfermos cuando sienten el aire limpio y el brillo del cielo deslizándose frente a sus ojos.
Me comentan que esas aguas de la infancia ya no me sientan igual. Los años viviendo fuera, cambian las reacciones del cuerpo.
Me quedo pensando en que la ciudad se cobra la lejanía, el posible olvido, la ciudad se cobra la traición que significa el viaje de quien emigra.
“Quien se marcha merece hasta el olvido del agua”, anoto en una servilleta.

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La felicidad de ayer en la tarde en Madrid. Una alegría transparente, natural, sosegada. ¿Qué me ocurre? pensé. Y comprendí que acaba de leer un texto de Calvino (una de sus Cosmicómicas), y que ese relato poseía una belleza tal, una levedad deliciosa, que iluminó con música mis horas. Como si esas palabras me besaran, me hiciesen testigo de un instante de esplendor. Desde ese momento pienso y siento la luna como el lugar donde una mujer desfallece de amor y se siente luna.
Leer un gran relato: vértigo en el pecho, un dolor mínimo cerca del cuello, un ahogo feliz, un latido, flexibilidad de los músculos.

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El sueño de anoche.
Voy a un evento de escritores en una ciudad que desconozco. Al llegar compruebo que también asisten Vargas Llosa y García Márquez. Es el García Márquez de las fotos de los años setenta, cuando recibió en Venezuela el premio Rómulo Gallegos: cejas y cabellos negros de fuerte trazo, como si se los hubiesen rayado con un carbón. Me mira con rencor y displicencia.
Sonrío. Supongo que en el sueño me siento muy importante por la aversión de García Márquez y lo comento con B. el escritor que me acompaña. Mi amigo no responde a mi infantil comentario.
Vamos al lugar donde se inaugura el evento. En vez de escritores o funcionarios culturales en la mesa central se encuentran una serie de marionetas bastante corrientes: torpes dibujos sobre telas y trozos de plástico. Ninguna relación con esas marionetas sofisticadas y sobrecogedoras que se distinguen en las vidrieras de Praga.
Las marionetas hablan todas a la vez.
¿Quién es Galdós? Me pregunta B, y aunque desconozco la respuesta, aunque desconozco qué puede hacer un escritor muerto en medio de nosotros, señalo una de las marionetas al azar.
Ese es Galdós, digo y bajo el rostro para permanecer en silencio.