GRANDES EMOCIONES

Nicolás Melini



Para Fernando León


Era delgado y pequeño. Tenía una nariz larga y ancha, y grandes orejas de soplillo. Se puso junto a mí en el andén. Su expresión era triste, depresiva, pero, cuando lo mirabas, resultaba imposible tomarlo en serio. Me tentaba la risa.

Por un momento pensé que iba a saltar delante del tren. «Abrigué» aquel temor durante un instante. No lo hizo, esperó a que se detuviese y luego subió tranquilamente. Sin embargo, no pude evitar imaginar que se dejaba caer como un saco desdichado, su cuerpo enclenque descuartizado en las vías.

Luego lo perdí en cualquier estación, no recuerdo cuál, y me quedé solo con todos aquellos pensamientos.

A veces me pasa. No sé si he soñado que hay un cadáver en el armario, un cadáver desmembrado, putrefacto, que debí de esconder hace mucho tiempo. Con todo, lo peor es no saber si lo imaginé, lo soñé, o es verdad. Ese instante es terrorífico. Un cadáver en un armario abandonado. Nadie lo ha descubierto en todo este tiempo. Yo lo había olvidado. Pero ahora está ahí, y, tarde o temprano, alguien lo descubrirá, y yo caeré en la cuenta de que sí lo hice: no lo imaginé, no lo soñé. Soy un criminal. Y lo mejor sería entregarse.

¿Cómo lo habré hecho para conseguir que el hedor no llame la atención de nadie en todo este tiempo?

Quienquiera que lo encuentre va a vomitar durante meses.


Rubem Fonseca escribió la novela Grandes emociones y pensamientos imperfectos.