LOS TAXIS BARATOS

Ernesto Pérez Zúñiga



Me subo en un taxi viejo y grande, porque estoy huyendo de ti, y en su interior me encuentro a un enfermo vestido con ropa de hospital, magulladuras de operado, suero en vena. El conductor —moreno, insulso— me explica el nuevo servicio: más barato, ahorra costes tanto a los necesitados de urgencias como a los usuarios que reciben de sus empresas un salario apenas suficiente para acabar el mes.
—En Atenas –le digo sentándome en el asiento trasero, junto al Otro—, también se aprovechan los trayectos, pero no hace falta estar enfermo ni ser más bien pobre.
—Aquí sí —dice el taxista—, si no estás enfermo no vale la pena. No hay quién se beba lo que escapa por el tubo de escape, ¿sabe usted?
Yo no contesto. No tengo nada que decir al respecto. Me resulta todo tan natural que es un insulto a la inteligencia responder con cualquier redundancia.
—¿Dónde va usted? —le pregunto al enfermo.
—Vengo de la Muerte.
—Voy en la misma dirección —informo al taxista.