Pilar Adón
Apenas hablaron durante el desayuno. Caterina, como de costumbre, eligió tres o cuatro piezas de fruta, mientras que Flavia se contentó con un vaso de café muy cargado.
—Tenemos que ir a la ciudad —dijo Flavia como al azar, como si no se hubiera preparado previamente durante horas para pronunciar aquella breve frase. En realidad, las dos sabían que llevaba días considerando la idea de acercarse al mercado de la ciudad más cercana. Se estaban quedando poco a poco sin comida.
—Ya… —murmuró Caterina, y se levantó para tirar algo a la basura. Caminaba con pasitos cortos, como danzando.
—¿Vendrás conmigo?
—Claro.
Apenas hablaron durante el desayuno. Caterina, como de costumbre, eligió tres o cuatro piezas de fruta, mientras que Flavia se contentó con un vaso de café muy cargado.
—Tenemos que ir a la ciudad —dijo Flavia como al azar, como si no se hubiera preparado previamente durante horas para pronunciar aquella breve frase. En realidad, las dos sabían que llevaba días considerando la idea de acercarse al mercado de la ciudad más cercana. Se estaban quedando poco a poco sin comida.
—Ya… —murmuró Caterina, y se levantó para tirar algo a la basura. Caminaba con pasitos cortos, como danzando.
—¿Vendrás conmigo?
—Claro.
PRIMERAS IMPRESIONES
Ricardo Sumalavia
Los meses previos a culminar el último año escolar entré a trabajar por las tardes en una pequeña imprenta. Mi madre no se opuso. Conocía bastante bien al dueño e impresor, y a su esposa, una mujer enorme y atractiva que visitaba mi casa de cuando en vez para que mi madre le cortara el cabello, se lo ondulara o tiñera con los colores que la época mandaba. El oficio lo fui aprendiendo con el entusiasmo propio de un muchacho que deseaba algún día ver impresos sus poemas. Por el momento sólo estaba encargado de colocar los tipos de plomo en la caja.
GRANDES EMOCIONES
Nicolás Melini
Era delgado y pequeño. Tenía una nariz larga y ancha, y grandes orejas de soplillo. Se puso junto a mí en el andén. Su expresión era triste, depresiva, pero, cuando lo mirabas, resultaba imposible tomarlo en serio. Me tentaba la risa.
LOS TAXIS BARATOS
Ernesto Pérez Zúñiga
Me subo en un taxi viejo y grande, porque estoy huyendo de ti, y en su interior me encuentro a un enfermo vestido con ropa de hospital, magulladuras de operado, suero en vena. El conductor —moreno, insulso— me explica el nuevo servicio: más barato, ahorra costes tanto a los necesitados de urgencias como a los usuarios que reciben de sus empresas un salario apenas suficiente para acabar el mes.
PLANO 12: ODIO DE PRINCESA
Juan Carlos Chirinos
El lente de la cámara, colocado en posición macro, revela la textura rosada de una tela. El lente ha agrandado todo lo que pudo, la visión normal de la tela. Si fuera microscopio, mostraría, ufano, cada configuración elemental. No está fuera de foco; pero hay algo turbio en todo este asunto.
EL CUENTO QUE LEÍA MI VECINA
Juan Carlos Méndez Guédez
cerezas/ el médico/ la cereza/ mi vecina con aquel cuento sobre las cerezas/ el médico/ quizás no sea demasiado grave, ¿oyó?/ cerezas/ como una pequeña cereza/ y mi vecina leía aquella historia/ una cereza/ la primera del verano/ más o menos así como una cereza/ y sus pechos apretados dentro de la blusa/ esta mancha, ¿ve?